La interseccionalidad
El marco teórico feminista nos ofrece otro concepto clave para entender procesos de discriminación múltiple, como el que viven las mujeres con discapacidad, que es el concepto de interseccionalidad. El término surgió como resultado de las demandas de feministas negras que defendían la necesidad de una mirada que analizara la tríada ‘raza, clase y género’, pero posteriormente diferentes autoras han añadido las categorías específicas en las que estaban interesadas, tales como edad, discapacidad, sedentarismo o sexualidad.Las mujeres con problemas de salud mental sufren niveles múltiples y simultáneos de discriminación. Por un lado, las vinculadas al mero hecho de ser mujer, el rol social y cultural que se les asigna. Por otro lado, tener una discapacidad y, por último, la imagen social estigmatizada de la salud mental con respecto a otras discapacidades. Las mujeres con problemas de salud mental son especialmente vulnerables, en particular, sufren riesgo de rechazo, aislamiento y exclusión social.
Por tanto, estamos ante tres categorías diferentes de discriminación (mujer, discapacidad y estigma social) que interactúan de manera simultánea. A este fenómeno se le denomina interseccionalidad. Un enfoque interseccional es imprescindible para atender a todos los factores de discriminación y garantizar los derechos de todas las personas.
Teniendo presente la interseccionalidad, no se puede abordar cada factor por separado, sino que hay que observar sus efectos concurrentes sobre cada persona. La introducción de la interseccionalidad crea, por tanto, realidades más diversas. Por eso hablamos de múltiple discriminación y de mujeres en plural, ya que no todas viven realidades coincidentes.Muchas mujeres con discapacidad se cuestionan la etiqueta del género femenino y caen en la cuenta de que dicha etiqueta, “blanca, heterosexual, joven, bella, ama de casa y con la maternidad como destino principal”, no tiene nada que ver con ellas y además se les niega. La intersección del género y la discapacidad resulta en un sujeto anómalo que escapa a la normatividad.
Las interseccionalidades tienen que formar parte innegociable del discurso de los derechos humanos y específicamente, de la lucha a favor de los derechos de la mujer.
Ser Mujer con Problemas de Salud Mental
El género, como constructo social bien definido en una sociedad patriarcal, también genera situaciones de desigualdad entre las mujeres y los hombres con discapacidad.
A pesar de ello, las mujeres con discapacidad, entre las que se encuentran las mujeres con problemas de salud mental, no han sido tomadas en cuenta a la hora de luchar por los derechos de las mujeres y han quedado excluidas e invisibilizadas durante todos estos años de lucha.
“Para el imaginario colectivo, las mujeres con discapacidad han sido consideradas durante años como objetos que debían ser atendidos, pero nunca como sujetos titulares de derechos y, por lo tanto, protagonistas de su propia historia. Esto ha dificultado enormemente las posibilidades de encuentro entre grupos que han dirigido sus reivindicaciones en paralelo, sin crear alianzas.”
Las personas con problemas de salud mental presentan características particulares y se enfrentan a dificultades diferenciales con respecto a otras personas con discapacidad, particularmente agravadas en el caso de las mujeres con trastorno mental grave (TMG).
Observamos que las mujeres con problemas de salud mental llevan añadida la desigualdad y discriminación por el hecho de ser mujeres. Se les resta oportunidades y se les niega respuestas específicas desde los distintos sistemas de apoyo y protección social (educación, empleo, salud, servicios sociales, etc.). Es por ello que las mujeres con problemas de salud mental se enfrentan a múltiples dificultades y barreras específicas, con características diferenciales con respecto a otras mujeres y a otros hombres.Las investigaciones llevadas a cabo en las últimas décadas han demostrado de manera inequívoca la existencia de claras diferencias tanto en la morbilidad psiquiátrica (número de personas que enferman) como en el patrón de conducta de las personas con problemas de salud mental dependiendo de si son hombres o mujeres. En estas investigaciones se postula que son las variables socioculturales, que actúan a través de los roles y patrones de conducta socialmente impuestos, las que en última instancia, condicionan el modo en que hombres y mujeres manifiestan su sufrimiento y las estrategias que adoptan para satisfacer sus necesidades de atención psiquiátrica.
Los factores sociales y culturales tienen un papel fundamental en el desarrollo y el mantenimiento de los problemas de salud mental, cuya influencia se manifiesta de diferente manera en hombres y mujeres en función de las matizaciones en los roles que cada uno se ve obligado a desempeñar.
Por ejemplo, El incremento de la morbilidad psiquiátrica en mujeres casadas de mediana edad, en comparación con las solteras, es un hecho frecuentemente observado. En esencia, hoy se admite que dicha asociación es un rasgo característico de las mujeres, que no se manifiesta en los hombres. Para ellos, el estado civil «casado», se comporta como un factor de protección frente al desarrollo de un problema de salud mental.
Como ya hemos destacado con anterioridad, los datos nos demuestran que el porcentaje de mujeres atendidas en las Unidades de Salud Mental (USM) es ligeramente superior al de los hombres. Si nos fijamos en los recursos especializados para personas con problemas de salud mental comprobamos que las mujeres representan un porcentaje muy inferior al de los hombres que ocupan una plaza en estos recursos. Además, las mujeres acceden más tarde que los hombres a una de estas plazas. Un hecho de significativa desigualdad que se debe al rol femenino vinculado al trabajo doméstico y el papel de las familias que las sobreprotegen y las impulsan en mayor medida a quedarse en casa.
El propio diseño y estructura de estos recursos están más pensados para dar respuestas a las necesidades de los hombres con problemas de salud mental y los sitúa como principales usuarios de los mismos. Esta realidad dificulta aún más el acceso de las mujeres que precisan de recursos flexibles y adaptados a sus perfiles.La menor utilización de los recursos y servicios priva a las mujeres con problemas de salud mental de oportunidades para la participación social. Ese déficit de participación femenina se deja sentir especialmente en el ámbito del empleo.
El empoderamiento de las mujeres con problemas de salud mental, entendido como la capacidad de las mujeres para incrementar su auto-confianza, poder y autoridad, de manera que puedan decidir en todos los aspectos que afectan a su vida, se convierte, por lo tanto, en la necesidad urgente del momento.
Ni la sociedad, ni los poderes públicos, ni los movimientos de mujeres, ni tampoco los de las personas con problemas de salud mental, reconocen verdaderamente sus necesidades e intereses.
Estigma
No se define igual a una persona con problemas de salud mental que a una mujer con problemas de salud mental. El estigma se retroalimenta en el caso de las mujeres, por el mero hecho de serlo. A las mujeres con trastorno mental se las llega a tildar de “vagas”, “incapaces”, “malas madres”, “desaliñadas”, “histéricas”, “sensibles” e “inferiores”. Estas percepciones se traducen en que, el 70% de las mujeres con problemas de salud mental, no tienen un trabajo remunerado. El acceso al mercado laboral es una vía de protección muy importante, porque genera una serie de objetivos como el de la participación social y realización personal, además de ser una vía de escape a la violencia de género.El estigma también condiciona el relato de las mujeres con problemas de salud mental, porque se le da poca credibilidad y las descalifica cuando sufren y argumentan algún tipo de abuso o violencia.
La realidad del estigma social afecta a las mujeres con problemas de salud mental cada día, con implicaciones negativas en su calidad de vida, tanto debidas a la discriminación y rechazo de quienes les rodean y de la sociedad, como debidas a su propio auto-rechazo (autoestigma).
Las mujeres que sufren problemas de salud mental se enfrentan a su propio autoestigma, donde interiorizan y asumen los prejuicios sociales. Esto desemboca en una percepción negativa de ellas mismas y creen que son merecedoras de dicha discriminación.
Cuando una mujer con problemas de salud mental interioriza la estigmatización, queda marcada su identidad y les genera sentimientos negativos de sí misma, su autonomía y su capacidad como mujer. Junto a esta imagen distorsionada de ellas mismas, es frecuente que las mujeres con problemas de salud mental hayan perdido o no hayan adquirido nunca habilidades sociales y personales que les permita expresar sus opiniones, defenderse, tomar decisiones, reclamar sus derechos y cambiar su situación. Es de vital importancia que el equipo de profesionales que la acompañan tengan una formación óptima en género y adecúen sus intervenciones para facilitar su visibilización y empoderamiento.